lunes, 11 de noviembre de 2013

Textos viejos I - El discurso políticamente correcto como forma de dominio social

Una ponencia que escribí junto con Raquel Domínguez hace ya un buen rato. La rescato nomás porque sí.

¿Cómo lograr dominar una nación? ¿Cómo lograr imponer una ideología? ¿Cómo triunfar en la conquista intelectual de un pueblo? La respuesta la encontramos en el lenguaje: la instrucción es muy clara: divide y vencerás. Pero, ¿cómo lograrlo? Mediante la confusión; si se consigue, el resultado será un pueblo sometido. Eso lo tienen muy claro quienes están en el poder, los que se encargan de servir como canal entre el pueblo y sus gobernantes, quienes se encargan de llevar el mensaje, quienes se encargan de transmitir la información. 


Un ejemplo claro lo proporciona George Orwell: la neolengua. En su novela, 1984, se habla de la manipulación del lenguaje para lograr la dominación de un pueblo a través de un idioma simplificado que se ve despojado de todo concepto que pudiera suponer un peligro para el orden establecido. En el texto, se mencionan palabras tales como “buensexo” que reemplaza la noción de “castidad”, “nobueno” que hace lo propio con “malo” o “bienpensadamente” que sustituye a “de manera ortodoxa”. Es decir, se eliminan los significados no deseados de la palabra de modo que la libertad de pensamiento no exista en la mente de los hablantes. 



Habrá que hacer un pequeño paréntesis para comentar que, ciertamente, la primera restricción a la que se enfrenta el ser humano es del tipo lingüístico; pues el lenguaje es lo primero que percibe, incluso mientras está en el vientre materno. Cabe señalar que, además, los conceptos de cultura y lenguaje se encuentran íntimamente ligados: uno no puede existir sin el otro. El lenguaje es un producto cultural que, además de que depende, coexiste con la sociedad que lo instaura y lo modifica. Es por esto que se puede afirmar que la primera y última restricción cultural a la que se verá sometido el humano, es el lenguaje. 



Sin embargo, esto no quiere decir que la distopía presentada por Orwell sea una realidad a la que haya que someterse. Es el propósito de este ensayo invitar al público a realizar un análisis de la forma en la que el lenguaje es utilizado como un medio de manipulación, condicionamiento social y un modo de mantener la hegemonía. 



Quizás sería pertinente hablar un poco sobre cierta coacción que se encuentra presente en nuestro lenguaje, la ideología. Ésta determina no sólo nuestra manera de hablar, sino también el sentido de nuestras palabras, confiriéndoles no sólo sentido, sino también poder; ya sea de persuasión, de convocatoria, de consagración, rechazo, entre otros (Reboul, 139). 



La ideología en un principio fue considerada un peligro para el orden constituido, después, se le tomó como todas estas doctrinas que mantienen el orden establecido; actualmente, se tiene una concepción mucho más neutra, en la que se ve a la ideología como toda representación objetiva que se puede estudiar desde fuera, cuya función es servir de código implícito a una sociedad (141). Dicho código podrá expresar las experiencias de esta cultura y, sobre todo, justificar sus acciones así como sus conflictos. Cabe mencionar que uno de los aspectos más importantes de la ideología es que se encuentra al servicio del poder y su función es justificar su ejercicio, además de legitimar su existencia. 



Althusser distingue diferentes tipos de lo que él llama “aparatos ideológicos de estado”, los cuales pueden ser religiosos, escolares, familiares, jurídicos, políticos, sindicales, de información y culturales. Estos aparatos existen con el fin de establecer y preservar el poder del Estado; y funcionan por medio de ideologías, sólo en menor medida recurren a la violencia (Althusser.) 



La ideología es, pues, la justificación más o menos racional de un poder, el cual conserva un elemento sagrado que aquélla tiene por objetivo disimular. La ideología es profana en cuanto define un espacio de racionalidad que permite a los hombres coexistir, criticar, cuestionar, sin destruirse. Pero es sagrada por el hecho de que ejerce su violencia contra todos los que transgreden este espacio, los que emplean otras fórmulas, los que plantean otras preguntas que las que ella autoriza. Y a la vez legitima esta violencia bajo la apariencia de la razón (Reboul, 148) 



Las ideologías pueden manifestarse de muchas maneras distintas, mediante cosas como estructuras, actos y prácticas, instituciones, símbolos, entre otros. Sin embargo, es el lenguaje el lugar en donde la ideología ejerce directamente su función específica ya que no hay texto que no sea ideológico y ninguna palabra es inocente. 



Un recurso utilizado para estos fines, es el de la corrección política en el lenguaje. La definición que se usará en el presente trabajo del discurso políticamente correcto es la de uno que no busca excluir, sino que busca la unificación y la aceptación generalizada, es decir, una forma de expresión que pretende satisfacer a la mayor cantidad de gente posible sin ofender a nadie. Se puede afirmar que ha pasado a ser prácticamente un sinónimo del concepto de eufemismo ya que se encarga de servir como el instrumento más poderoso de una ideología, aquél que le sirve para ejercer su función específica, aquél que es usado para legitimar la violencia cuando el poder debe recurrir a ella, haciéndola parecer como derecho, necesidad o razón de Estado, en suma, disimulando su carácter de violencia. V.H. Lévy comenta que no sólo es un instrumento, sino que es la forma misma del poder. 



Freud hace notar cómo la sociedad recurre en un principio al totemismo y a la prohibición sexual, es decir al tabú, como una forma de control o restricción en la cual se muestra lo correcto o lo incorrecto para una sociedad en específico. Aquellos que violentasen las reglas en torno a estos dos conceptos, sufrirían las penas correspondientes, por lo que se puede afirmar que en las sociedades, no sólo las antiguas, se recurre al tótem, por ende al tabú, lo prohibido, como la manera de reprimir y mostrar el poder que se tiene sobre alguien. 



Esta visión de lo correcto e incorrecto continuó evolucionando a formas cada vez más organizadas que, se convirtieron en las grandes religiones. Un sistema de creencias que definía lo bueno, lo malo y una forma de pensar general, es decir, una misma moral aplicaba en todos los casos, aún cuando fueran diferentes individuos, todos estaban unidos por una religión en común, por lo tanto, podemos afirmar que en este tipo de estructuras, lo que era bueno para el individuo, era bueno para la comunidad. 



Maquiavelo señala que el gobernante está obligado a obedecer a la utilidad y la eficacia y no a la moral, es decir, quien tiene el poder debe pensar en lo que es útil, no correcto. Esta idea no sólo le concierne a la política, pues afecta de igual modo a la ciencia, las artes, los negocios y demás. ¿Debe detenerse un científico en su afán de progreso si la gente lo ve con malos ojos? ¿Debe un médico dejar sufrir a su paciente con tal de mantenerlo vivo un par de horas más? Surge entonces la pregunta: ¿Qué se debe hacer? Los humanos, como seres gregarios, deben buscar el balance entre ellos, como individuos, y los demás. Es decir, debe haber un punto medio entre la autonomía ética, lo que es correcto para el individuo, y la moral colectiva, lo que es correcto para un determinado grupo. 



El eufemismo, que nace del miedo, es la forma actual para medir lo correcto y lo incorrecto además de tener el propósito de suavizar la realidad, no de cambiarla; pretende maquillar algo desagradable para volverlo un poco más tolerable; nace de lo prohibido, de aquello que significa un peligro para lo establecido, una amenaza para las convenciones sociales y es, en el entendimiento maquiavélico de los gobernantes, la medida perfecta de control, la forma ideal de mantener a flote su ideología. 



El eufemismo, en su afán de proteger a la sociedad de algo “desagradable” engendra algo mucho peor: la confusión, la ambigüedad, la desinformación. Foucault, en su Historia de la Sexualidad acuña el término saber-poder, con el que explica que el conocimiento no es neutral ya que determina las relaciones de poder, quien tenga el saber, tendrá el poder. El gobierno, tiene el saber pero, cuando se trata de transmitirlo, la ambigüedad lingüística, mediante los eufemismos, mediante el discurso políticamente correcto, hace que este saber se vea obstaculizado y difícilmente llegue a alguien. 



Como corolario, podemos señalar que resulta incluso aún más preocupante que el uso tan común de la ambigüedad en el lenguaje, el poco interés demostrado para hacer algo por disipar esas penumbras lingüísticas que impiden apreciar el verdadero significado y propósito de las palabras. Por eso, es importante señalar que se debe fomentar una cultura del análisis, una cultura que cuestione, que busque la verdad, que no se conforme con obtener una información previamente digerida: se debe fomentar una cultura que entienda que el lenguaje es un arma poderosa que, en malas manos, es muy peligrosa, y que fenómenos como el lenguaje políticamente correcto poco a poco van minando la libertad. 







Bibliografía 



Althusser, Louis. Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Freud y Lacan. 

www.philosophia.cl/Escuela de Filosofía Universidad ARCIS 


D’Urgell, Jaume. La bitácora de Jaume. Ciutadans y el Neolenguaje. 17 de febrero de 2010.http://jau.me/post/ciutadans-y-el-neolenguaje 



Foucault, Michel. Estética, ética y hermenéutica, (1978). Barcelona, Paidós, 1999. 



Reboul, Olivier. Lenguaje e ideología. México: Fondo de Cultura Económica, 1980

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