Un texto que escribí para la clase de Estética en la facultad.
Uno de los puntos más
controvertidos del estudio de las leyes de la naturaleza es aquel que se
refiere a la retrocausalidad. Es decir, cuando los efectos anteceden a las
causas. Sin duda, podemos afirmar que la búsqueda del origen de las cosas, las
causas, ha sido la piedra angular de la filosofía desde tiempos inmemoriales,
pues todo se reduce a la pregunta “¿Por qué?”. Sin embargo, en tiempos más
recientes, al hablar de singularidades, los científicos han señalado que en
estos casos, los efectos podrían preceder a las causas. ¿Significa esto que
tendríamos que retroceder hasta el inicio del universo para ver cómo sucede
esto? ¿No existe alguna forma más sencilla? ¿Qué tal si echamos un vistazo al
arte?
La
obra de Katsuhito Otomo siempre se ha caracterizado por presentar una visión
muy particular de la realidad, pues ha logrado algo que pocos artistas no
occidentales consiguen: tener un sello distintivo que permite identificar una
obra suya de inmediato; al igual que Hayao Miyazaki, cuyo trabajo poco a poco
se ha permeado en la cosmovisión occidental, la obra de Otomo siempre se
muestra única e irrepetible. Ya sea que trate temas del pasado, como en Barefoot Gen, en el que hace una visita
a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, o en el caso de Akira, que se sitúa en el futuro, en una
sociedad distópica.
Al igual
que en la retrocausalidad, en la que los efectos preceden a las causas, en la obra
de Katsuhiro Otomo podemos encontrar recuerdos de cosas que aún no suceden;
imágenes que no hemos visto y que, sin embargo, nos resultan familiares;
sonidos que no están ahí y que hemos escuchado en algún lugar. Tal es el caso
de la obra que nos concierne en el presente trabajo, Memories, que se compone a su vez de tres piezas cortas: dos de
ellas dirigidas por otros, Magnetic Rose
y Stink Bomb, y una tercera, dirigida
por el mismo Otomo, Cannon Fodder.
En
la primera pieza de la película, Magnetic
Rose, dirigida por Koji Morimoto se nos presenta un futuro que,
curiosamente, está compuesto de hechos pasados. La nostalgia a la que se
enfrentan los viajeros del Corona se muestra como una peligrosa trampa envuelta
en el delicioso placer de la añoranza. Ya sea que se trate de recordar a una
hija perdida, un amor pasado o glorias que quedaron atrás, los recuerdos se
muestran seductores y no es difícil abandonar todo y entregarse a ellos. En el
corto, se dan cita la animación tradicional japonesa, el anime, y las
influencias estadounidenses y europeas. Por un lado, los trazos se alejan de lo
usualmente visto en anime, mientras que mantienen un enlace a lo que dicta la
tradición; por otro, lo clásico se reúne con lo novedoso en cuanto a la música
se refiere, pues hace uso de Un bel di,
vedremo de María Callas y de otras piezas que reflejan el progreso de la
historia a través de la intensidad de la música.
En
el segundo corto, Stink Bomb,
dirigido por Tensai Okamura, podemos observar una vez más la unión de lo tradicionalmente
japonés con las influencias americanas en cuanto a los trazos se refiere. En
este corto, sin duda un entremés entre el primer y tercer acto (ambos cargados
de emotividad y reflexión), la risa es un elemento clave, pues aunque trata un
tema serio, el miedo a la otredad, se presenta de tal modo que se hace ligero,
que no significa lo mismo que leve. En cuanto a la música, podemos encontrar
algo propiamente estadounidense: el jazz y el funk. Estas melodías añaden
profundidad al caos mostrado por el director y además funcionan como el soporte
en el que está basada la misma comicidad de la obra.
Por
último, encontramos el corto Cannon
Fodder, dirigido por el mismo Otomo y que, a pesar de ser el más corto de
los tres en cuanto a duración se refiere, no deja de ser uno de los que tienen
mayor trascendencia. Con trazos que recuerdan a la animación europea,
propiamente a la francesa, el director logra esa sensación de incomodidad
constante que sólo se presenta cuando uno tiene la certeza de que hay algo
podrido en el ambiente. En este corto nos adentramos en la vida de una pequeña
familia en una ciudad dedicada a la guerra. Todo mundo se entrena y se prepara
para un enemigo que desconocen y que, sin embargo, debe ser destruido. Una vez
más, el miedo a la otredad se hace presente en la obra de Otomo. La narrativa
de este corto se distingue de las demás pues es un movimiento continuo. A
través de diversas técnicas de animación, Katsuhiro Otomo logra una fluidez
impresionante que hace que un evento siga a otro como si nada. La música de
este corto, avant-garde y orquestal, es una adición tremenda para la obra que
concluye con un final abierto y que, sin duda, nos deja queriendo más.
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