martes, 12 de noviembre de 2013

Textos viejos II - La necesidad de un Colegio de Traductores e Intérpretes

Un texto de 2011 que escribí para un congreso en la Facultad de Filosofía y Letras.

Comenzaré diciendo que el tema y el título me causaron un dolor de cabeza a la hora de escogerlos. En un principio había pensado en discursar sobre la cuestión ética dentro de la traducción y luego, sobre el ámbito práctico de la licenciatura; pero, tal vez lo más correcto sería aclarar esto desde ahora y decir que trataré de hablar un poco de lo primero, otro poco de lo segundo y algo más de un tercer tema que me vino a la mente mientras pensaba qué decir acerca de los primeros dos: la necesidad de una institución que respalde a traductores e intérpretes por igual, que marque estándares a seguir, que sirva para crear una unidad en tan heterogéneo grupo y, por supuesto, que sea un punto de partida para los que van a terminar sus estudios y necesitan un pequeño empujón. Hablamos, claro, de un Colegio Profesional de Traductores e Intérpretes. Por lo tanto, me gustaría señalar que un nombre más adecuado para esta ponencia sería “La necesidad de un Colegio de Traductores e Intérpretes y un código deontológico apropiado”. La historia es más o menos la misma para todos: uno se inscribe en la escuela y, como cinco años y setenta materias después, se convierte en un orgulloso licenciado con su título bajo el brazo dispuesto a enfrentar el mundo. Al menos, ésa es la idea. Claro que para muchos viene la triste decepción. “Estás muy joven” y “El trabajo se lo dimos a alguien con más experiencia” suelen ser dos de las frases más escuchadas cuando uno está recién egresado de la carrera. ¿Qué opción queda? Refugiarse en el magisterio –y no estoy desdeñando para nada esta hermosa labor, yo mismo soy profesor de inglés en la UANL–; pero, ciertamente, muchos de los que ingresan en la licenciatura de traducción e interpretación lo hacen debido a sus escasas ganas de estar al frente de un grupo. Por supuesto, siempre hay más caminos, casi todos relacionados con call centers, que están más que satisfechos por tener a un experto en inglés entre sus filas. Una vez más, no se trata de menospreciar este empleo. Pero lo cierto es que no ingresamos a la educación superior con la idea de desempeñar una profesión que no sea aquella que estudiamos. Estudiamos traducción e interpretación y queremos ser eso: traductores e intérpretes. Es hora de encontrar el camino.

Primeramente, se deben identificar los problemas. Basta con hablar un poco con algunos de los aquí presentes o con darse un paseo por los distintos foros de Internet y nos toparemos con situaciones que son más comunes de lo que podríamos pensar y que van desde que uno cobra por página, el otro por palabra; éste cobra en pesos, aquél en dólares; teníamos un contrato, no, no es cierto hasta “sí, tú eres traductor, pero en realidad queremos a un ingeniero que sepa hablar inglés”. Así es, inconvenientes hay muchos y la intención del presente ensayo será proponer un esbozo de solución que, claro está, deberá apoyarse en opiniones y sugerencias de profesionales pues, si los problemas nos afectan a todos, las soluciones, por lo tanto, tendrán que venir de todos. Entonces, podemos identificar cinco grandes situaciones: la falta de un código propio de la profesión, la cuestión de los precios, el ámbito legal en las traducciones, la falta de espacios para que los estudiantes realicen prácticas profesionales y, por último, la imagen misma de los traductores e intérpretes ante la sociedad.

El primer punto a tratar y el que resultará ser el núcleo de la presente propuesta será el de la imperiosa necesidad de un código que regule el campo de la traducción. Es decir, hablar de ética en general resulta demasiado amplio y quedarnos solamente con la ética profesional podría no bastar. Debe existir algo más preciso y cercano a la traducción e interpretación. Hablamos de un código deontológico. Rodolfo Alarcón y Manuel Bernal hablan sobre la palabra “Deontología”, creada por Jeremy Bentham y su significado: “Ética profesional es lo que la pulcritud y refinamiento académico ha bautizado con el retumbante nombre de deontología. La palabra (…) aunque muy sonora, es de humilde ascendencia etimológica. –deos, ontos, logos– el tratado o estudio del deber ser[1]”

Con respecto a un código de deontología profesional, comentan:

Conscientes de la importancia y de las responsabilidades morales inherentes a las profesiones, muchas asociacionesnacionales (…) han construido, desde hace tiempo, códigos oficiales de deontología profesional, los cuales contienen una colección de normas de comportamiento.

(…) estas asociaciones tienen un estatuto público y sus códigos (…) gozan, por lo tanto, del aval de las leyes del Estado y su autoridad las puede hacer valer coercitivamente. Pero, por encima de las normas de carácter jurídico coactivamente exigibles, estos códigos tienen también orientaciones generales de naturaleza propiamente ética (…)

Estos códigos constituyen, pues, una buena guía para la elaboración de una ética profesional, propiamente dicha, sea en lo referente a la parte normativa, sea en lo relativo a los fundamentos básicos.[2]

Es decir, podemos pensar en un código deontológico como una serie de señalamientos que nos dirán qué hacer y qué no hacer con respecto a nuestra práctica profesional y, si bien se supone que, al graduarse el alumno, la universidad, en nombre de toda la sociedad y con autorización del gobierno, lo considera idóneo para el ejercicio, nunca estará de más un pequeño recordatorio sobre el correcto proceder y que, además, servirá como la piedra angular para el resto de las cuestiones aquí planteadas. Conforme avancemos en el presente trabajo iremos construyendo poco a poco nuestro código deontológico. Primeramente había que definirlo, cosa que ya hemos hecho: una guía del correcto proceder profesional. Ahora, aquí cabría hacer la primera propuesta: la modificación del plan de estudios para incluir el código deontológico como parte de la formación académica del estudiante de traducción. Hay que recordar que solamente lo hemos definido, aún no lo construimos, por lo tanto, habremos de retomar este punto al término de la ponencia. ¿Por qué resulta pertinente esto? Porque para que un cambio resulte efectivo, debe hacerse desde la raíz. Debemos ir hasta la concepción misma de la profesión del traductor dentro de la cultura mexicana y, para realizar esto, debemos comenzar por cambiar la mentalidad de los alumnos con respecto a su carrera y, la única manera de lograrlo, será a través de un código que les sirva de guía.

Comencemos pues, con la construcción del mismo. Hay que recordar que el objetivo final es que toda esta teoría pueda ser llevada a la práctica. Después de todo, traducimos para comer; por ende, hay que hablar de dinero. Aquí podemos hacer una referencia a Quino y su tira Mafalda; en particular al personaje de Libertad y su mamá, que es traductora. Libertad comenta que el último pollo que comieron fue escrito por Jean-Paul Sartre. Definitivamente, lo nuestro es ir tras la chuleta, lo que es perfectamente válido; pero, para hacer esto, hay que perderle el miedo al dinero. ¿A qué nos referimos con esto? A que, a veces, con tal de quedarnos con un trabajo, terminamos abaratando nuestra labor o, simplemente, somos muy malos para cobrar. La estandarización será el primer paso para la creación de nuestro código, que a su vez nos llevará al Colegio Profesional de Traductores e Intérpretes. ¿A qué nos referimos con estandarización? A que no pueden continuar prácticas como cobrar por página o por palabra de manera arbitraria. Hay que señalar un tabulado detallado de los costos idóneos. Eso se convertirá en dos cosas: la seguridad del cliente de que no lo están estafando y en la herramienta perfecta para vender nuestro trabajo, porque entonces ya no será cuestión de precios, sino de calidad. Con esto se buscará eliminar la tendencia de abaratar el mercado. ¿Cómo llegar a este listado de precios? A través de la colaboración. Son dos las grandes universidades de Nuevo León: La Universidad Autónoma de Nuevo León y el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores Monterrey; sin embargo, sólo la primera ofrece la licenciatura en traducción e interpretación; por lo tanto, será menester que esta universidad se encargue de entablar el diálogo con los distintos profesionales de la traducción a través del estado para llegar a un común acuerdo sobre los aranceles adecuados. Una vez más, resolver esta situación será comenzar a sentar las bases que servirán a nuestro Colegio de Traductores e Intérpretes, que, sobra decirlo, se verán respaldados por el mismo cuando se trate de realizar algún cobro. Lo que nos lleva al segundo punto.

Los traductores en términos de la legalidad: ¿Qué pasa con los textos literarios, manuales, informes y demás contenido que vamos a llevar de una cultura a otra? ¿Quién se queda con los derechos de autor? ¿El traductor? Difícilmente. Es necesario emprender la formación de una cultura de la legalidad que le sirva al profesional de la traducción para proteger su trabajo y a él mismo. En horrible situación se encuentran quienes, a mitad de un proyecto, reciben el aviso de que todo se cancela y gracias por sus servicios. En muchos de los casos, no existirá un contrato que estipule las condiciones de trabajo y lo que pasaría en caso de una repentina cancelación. No, probablemente hubo un apretón de manos –si es que se llegaron a ver, puesto que ahora ni siquiera es necesario salir de casa para trabajar– y, si la suerte está de parte del traductor, un anticipo. Y nada más. Ésta es una de las situaciones que deben cambiar. Con la creación de un organismo que proteja a los traductores e intérpretes, será posible transformar esta realidad. De igual modo, serviría para orientarlos en cuanto a sus obligaciones fiscales se refiere. Cosa que, si bien no es tan complicada, ciertamente puede volverse un dolor de cabeza. Estar dentro de un marco de la legalidad será la solución a otro de los problemas frecuentes del mundo de la traducción y un punto más dentro de nuestro código deontológico.

Recordemos que estamos proponiendo la creación del Colegio de Traductores e intérpretes desde la Universidad Autónoma de Nuevo León ya que, de las dos grandes universidades del estado, es la única que cuenta con una licenciatura dedicada especialmente a esta actividad. Por consiguiente, como toda universidad, necesita que sus educandos tengan algo de experiencia profesional antes de que ser egresados. Sin embargo, aquí nos topamos con una dificultad; ya que los alumnos de Ciencias del Lenguaje se ven en la necesidad de dar clases para satisfacer el requisito de completar el Servicio Social –aún cuando el Reglamento del Servicio Social no lo señale–. Si bien el interés de éste es, precisamente, prestar un servicio a la comunidad, no existe razón por la que no se pueda cumplir con lo que marca la ley y que, a la vez, sirva de práctica para el alumno. No todos tienen la vocación de ser maestros y muchas veces se pierde más al poner alumnos al frente de un grupo cuando claramente su lugar está en otra parte, probablemente detrás de un escritorio y con un diccionario en la mano. Es una situación de perder-perder. Ni los estudiantes de preparatoria obtienen lo que necesitan, ni el alumno gana aunque sea un poco de experiencia que sí sea relevante a su campo de estudio. Por otro lado, el coordinador del departamento de inglés recibe personas que no quieren estar ahí, que hacen algo que no les gusta y que sólo trastoca el orden que ellos intentan mantener. Vamos, no se trata de ponerse fatalistas, pero sí de señalar que es un problema que podría ser solucionado a través de lo propuesto en esta ponencia. Si existiese un Colegio de Traductores e Intérpretes, podría apoyarse con el Estado y la UANL y encontrar espacio para esos alumnos en puestos en los que sí resulten útiles. Una vez más, se trata de colaboración. Puede ser algo tan simple como buscar acomodo para unos alumnos a cambio de algún taller o curso, que, a fin de cuentas, nunca están de más. Siempre hay que buscar el perfeccionamiento de la profesión. Un punto más en nuestro código deontológico.

Por último, ¿qué pasa con la imagen pública y la concepción propia de los traductores e intérpretes? Aquí es donde se vuelve fundamental un Colegio Profesional de Traductores e Intérpretes. Ciertamente no será lo mismo tratar con un individuo que con un gremio. Un Colegio va a respaldar a los profesionales, va a buscar formas de beneficiarlos y de servir como la identidad que una a todos los dedicados a continuar la labor de San Jerónimo. Actualmente existen asociaciones como ATIMAC o la OMT; no obstante, pueden no resultar suficientes para dar abasto a todas las necesidades que surgen de un mundo en constante evolución como lo es el de la traducción y la interpretación. Un Colegio representaría la oportunidad de trabajar en conjunto por el bienestar de la profesión. ¿Qué pasa con aquellos que son ingenieros o arquitectos y que, por alguna razón, se convirtieron en traductores? ¿Quién habla por ellos? Un Colegio lo haría. Buscaría la forma de crear algún curso que los certificara como traductores, así como uno en el que ellos pudieran compartir su conocimiento como expertos en otro campo, de manera que aquellos que estudiaron la carrera de traducción puedan tener un panorama más amplio del mundo. El Colegio de Traductores e Intérpretes buscará que ocurra una situación ganar-ganar entre sus miembros. Podemos afirmar, por consiguiente, que sólo a través de la preparación continua y de la unión se podrá salir adelante en la sociedad del siglo XXI. Sólo a través de la unión se logrará transformar la imagen de los traductores e intérpretes.

Recapitulemos y concluyamos. Hemos hablado sobre diversos problemas a los que se enfrentan los profesionales de la traducción e interpretación: la cuestión económica, la legal, la de la experiencia o cómo empezar en el negocio de la traducción y la concepción que puede tener el mundo sobre los que nos dedicamos a esta profesión. La solución a todos estos problemas la vamos a encontrar en un código unificador –llámesele deontológico–  que marque la pauta a seguir y que sirva como el núcleo de una institución que respalde, oriente y regule a traductores e intérpretes por igual. Nuestro código deberá incluir las nociones de aranceles, el fomento a la legalidad, la preparación y la cooperación entre profesionales en aras de la mejora continua. Esta institución debe nacer de aquí, de las aulas de la Universidad Autónoma de Nuevo León, pues aquí es donde yace el material más valioso con el que contamos: los estudiantes, aquellos que están deseosos de aprender y que revolucionan constantemente el mundo. Éste es el lugar del que nuestra carrera debe abrevar sus conocimientos, pues es en las mentes jóvenes, las que aún no se ven corrompidas por pensamientos negativos y de impotencia, de donde surgirán las ideas que nos llevarán al futuro. Es posible, otras ramas del estudio lo han hecho. Ya existen precedentes, es hora de que nosotros también tomemos partido en lo que ocurre a nuestro alrededor, no podemos ser meros observadores, debemos convertirnos en participantes activos, debemos unirnos y luchar por una causa en común. Tenemos que trabajar juntos pues así, y sólo así, podremos llegar a algún lado.



[1] Alarcón, Rodolfo y Bernal, Manuel. Hacia una reflexión ética en la universidad. Centro de investigaciones para el desarrollo. Colombia, 2003.

[2] Ibídem

No hay comentarios:

Publicar un comentario