Hace muchos años,
cuando era niño, mi papá solía ir a la revistería y, al regresar, decía “aquí
dejo esto, pero no lo vayan a leer porque es porno”. Obviamente, lo primero que
hacía yo era correr por el texto en cuestión. Y no, no era porno. Digo, al
menos la mayoría de las veces. Era el cómic de “Fantomas” en la versión de
Editorial Vid; es decir, me tocó crecer leyendo los argumentos de Hilda Zacour
y no los de Sotero Garciarreyes, que son los que recuerda mi papá, o Gonzalo
Martré, que fue responsable de las incontables referencias literarias y
artísticas que hicieran tan diferente al personaje creado por Rubén Lara.
Muchos años después, en
Zacatecas, tuve la oportunidad de estrenarme en el mundo de los congresos
literarios con una ponencia sobre Fantomas. En general fue bien recibida y
hasta conseguí el mail de una muchacha guapa. Éxito total, diría yo. Al poco
tiempo, pude presentar la misma ponencia, corregida y aumentada, en Buenos
Aires, Argentina. Una vez más, el público mostró interés en el cómic. Estas dos
anécdotas deberán servir para darles una idea de cuánto me emocioné cuando
escuché que se publicaría un nuevo libro sobre mi héroe de la infancia, aquel
que guarda un sitio en mi memoria junto con Mafalda y Calvin & Hobbes como
las lecturas que definieron mi forma de ver el mundo.
Encargué a una amiga un
ejemplar del libro; por supuesto, no pudo conseguirlo. Yo no contaba con que mi
papá, como hace muchos años, sí logró que le trajeran uno. La historia se
repetía y las aventuras de la amenaza elegante eran llevadas a casa por mi
señor padre, así que, en honor a este momento nietzscheano hice lo mismo que
cuando era niño; es decir, me apoderé del libro antes de que otra persona lo
agarrara; por desgracia, la lectura resultó decepcionante. Gonzalo Martré,
otrora escritor de la serie, tomaba de nuevo la pluma para darle vida al
personaje, pero más que resucitarlo, pareciera que lo convirtió en una especie
de zombi. Un muerto viviente sin ánima alguna.
“El regreso de
Fantomas, la amenaza elegante” es un texto agridulce, por así decirlo.
Encontramos todos los elementos que hicieran tan maravilloso al personaje:
ciencia ficción, literatura, arte, aforismos, lucha social y compromiso con los
desamparados. Ahí estaba, la mezcla exacta de James Bond y Robin Hood; no
obstante, también hizo presencia la amargura del escritor, que intentó realizar
una especie de sátira que no pasó de un
mal chiste. Una broma que se gasta muy pronto y que fastidia al lector pues
entorpece lo que, de otro modo, podría haber sido un buen texto. No sé qué
pretendía Martré con episodios en donde Fantomas pasa al baño, sin duda uno de
los momentos más lamentables del libro, por no mencionar que incluso usa la
frase “donde el rey va solo” para referirse al sanitario. Así es, la amenaza
pierde lo elegante y se come unos tacos de suadero que le provocan un malestar
estomacal de tal magnitud que, al parecer, es digno de aparecer en la historia.
Pero no termina ahí.
Martré también habla de la vida sexual de Fantomas, de cómo el Profesor Semo,
figura paterna del protagonista, crea una superviagra y una especie de
espermicida que es usado con las bellas asistentes quienes, además, son
sodomizadas de vez en cuando, de acuerdo al autor, que parece bastante
resentido por no formar parte del canon literario, pues no pierde la
oportunidad de hablar de “ese grupo de escritores heterodoxos postergados
perversamente por las mafias literarias, los críticos aburguesados, los
editores ignorantes y los libreros fenicios”.
Correré con el riesgo
de pertenecer a este grupo y diré que el libro de Martré y su versión de
Fantomas no son sino un chiste de mal gusto y una vulgaridad que pasan con pena
por las manos del lector, quien se hará un favor entre más pronto olvide este
texto y corra a sus librerías de viejo a buscar aquellos cómics que dieran vida
al legendario ladrón francés.
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