Entrevista
a Patricio Sturlese
1.-
Con El umbral del bosque ya son tres
libros que tratan sobre Europa en el pasado, ¿qué te llama la atención de ese
contexto?
Creo
que Europa es la cuna de nuestra cultura occidental y tiene los vestigios de lo
que sucedió en una época: el mundo medieval, el mundo feudal, una vez fue el
centro de nuestra civilización y ahora sólo ves simples castillos en la punta
de una montaña. Europa tiene escondido todo un catálogo de personajes que me
parecieron atractivos a la hora de contar una historia gótica con el tema de la
iglesia.
2.-
En El inquisidor, vemos el lado
humano del personaje principal y nos muestras que no todo es blanco o negro,
¿cuál es tu sentir frente al maniqueísmo histórico en América Latina?
Bueno,
sucede esto: es utilizado en discursos para crear fantasmas, monstruos y esas
cosas que espantan para dirigir voluntades. Evidentemente, creo yo, este
discurso nos pone en tiempos medievales en la política, ya no hablamos de
Europa la vieja, sino de América la vieja, con prácticas que son oscurantistas.
3.-
Hiciste estudios en el Colegio Máximo de San Miguel, en donde también estuvo el
ahora Papa, Francisco I, ¿hubo alguna reacción de parte de la institución por
libros como El inquisidor o La sexta vía?
El inquisidor lo
leyó el decano y bueno, todos los compañeros de Bergoglio están como
profesores; él mismo fue profesor y decano; creo que la prueba de fuego la tuvo
ahí adentro del teologado jesuita. Cuando el libro salió recibí una catarata de
críticas porque pensaban que venía a atacar a la Iglesia. Vaya, sólo con la
imagen de la portada basta, un inquisidor con llamas y un pentagrama invertido…
huele a problemas. Por otro lado no podría contar una historia sobre un
inquisidor sin meter al lector a la cámara de tormento. Uno pasa por diferentes
tensiones, tiene indiferencia, tiene relaciones sexuales, que algunas personas
no me perdonaron que en un libro donde hay una misa, cardenales y sacerdotes de
repente haya una orgía o un aquelarre de brujas, pero yo me comprometí a
mostrar una historia, mi objetivo era ése y que cada uno dijera quién es el
bueno y quién es el malo. Luego uno se da cuenta de que el héroe mata y el
villano no mató a nadie y al final la decisión sobre quién es el bueno y el
malo la tiene el lector.
4.-
Defines tus libros como sacrothrillers,
¿cuáles son los elementos de este género?
Es
un género que se inauguró, a mi criterio, con Morris West hace más de 40 años
con novelas como El abogado del Diablo,
un australiano que escribía intrigas palaciegas; luego vino El nombre de la Rosa de Umberto Eco, que
mostró la vida monacal.
5.-
¿Cómo reconcilias tu formación religiosa con la escritura de libros que incluso
han sido llamados “anticlericales”?
Antes
de ser escritor soy católico. Esto es literatura, es ficción, y el espíritu con
el que creé esta novela fue mostrar una historia que yo no inventé. Cuando nací
ya existía el mal, ya existían las historias de brujas, yo no creé al Santo
Oficio. No me puse en un rol de ordenar todo el mensaje para que fuera una
ofensa a la Iglesia o al poder político; lo muestro, pero obviamente hay
facciones dentro de toda religión que son más exacerbadas que otras. El
protagonista, en el siglo XXI, de una novela del siglo XVI es un sacerdote
católico, con dudas, con aciertos, con lo que fuere.
6.-
En varios lugares retiraron tus libros de las estanterías, ¿cómo crees que un
autor debe enfrentar la censura?
Cuando
me enteré yo estaba llegando a El Salvador y me dijeron que habían retirado mis
libros y cancelado las presentaciones. Me encontré con un cuadro netamente
inquisitorial en carne viva por un libro de ficción en una librería. Lo que
hice fue pararme aún más fuerte en mi punto que es “no tengo que explicar nada
porque las verdades se explican solas”. Me comuniqué con los dueños y me
dijeron que les parecía que venía a esos lugares a contaminar la literatura. Yo
los entiendo, son personas católicas, pero yo también lo soy, los sacramentos
son los mismos y no hay nada que dé capacidad de censurar a un autor de
ficción. Yo les dije “muchachos, léanlo y si los ofende, les pido disculpas
personalmente” pero lo leyeron y al cabo de tres meses se estaban vendiendo al
doble porque ya había trascendido que había sido censurado.
7.-
Como católico, ¿cómo vives tu afición al death y black metal?
Escucho
a Dimmu Borgir; no me importa la letra, yo consumo tensiones auditivas, pueden
decir que se levantan en la mañana y van a comprar pan o que se bañan en
sangre, me da lo mismo. El metal tiene tal similitud con la música clásica que
cuando uno los mezcla con filarmónicas se da cuenta de que hablan el mismo
idioma. Ahí están las bandas de black sinfónico, con una visión medieval, ahí
están las carátulas, con los bosques, las hachas, todo muy gótico. Vamos, si
voy en un auto pongo la radio con los clásicos de los 80, pero cuando camino o
estoy solo escucho bandas que las conocen solo los padres de los músicos.
Escribo una escena, escucho dos o tres canciones de black y me marcan la
ecualización de la escena que viene después.
8.-
Es curioso porque el black tiene una temática satánica…
Bueno,
hay quien dice “nosotros somos ateos y hacemos black, hablamos de satán, pero
no creemos en nadie” Pero tienes a gente como Glenn Benton que es un payaso,
está con la cruz invertida, pero al final del año va a la discográfica y agarra
sus dólares. Claro, a veces escucho a Deicide, pero yo solo tomo los sonidos.
Esta música siempre tiene el fantasma de lo moral detrás. Estamos en épocas en
donde una banda de black metal noruego horrorizaría a los rockeros de los 70.
También tienes a bandas de white metal que hacen mucho ruido, pero que dicen
“la eucaristía te libera del pecado”. Muchachos, hagan música y no se fijen en
la letra.
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