Presentación de Ojos
llenos de sombra
MANU
Te subes al escenario. El público espera impaciente.
El olor a cigarro y humo llena todo el local. La falta de iluminación hace que
sufras horrores para ecualizar tu amplificador. Te das cuenta de que olvidaste cambiarle
las pilas a uno de tus pedales y maldices en silencio. Lo único que pides es
que los nervios no te ganen cuando tienes que tocar tu solo. Ojalá todo salga
bien. Ojalá no se note que te tiemblan las piernas. Ojalá pudieras atrapar ese
momento para revivirlo cuando fuera necesario. De repente, escuchas que alguien
cuenta un-dos-tres-cuatro y tu banda empieza a tocar. Todo comienza a tomar
forma. Te relajas. Lo disfrutas. Piensas que, después de todo, tal vez sí
naciste para la música.
Si estás en el evento más importante del año y lo
único que quieres es encerrarte en el baño a llorar, tienes problemas. Sobre
todo si de fondo se escucha “So alive” de Love and Rockets, y en vez de ponerte
a bailar tienes ganas de correr tan lejos como sea posible. Peor aún si fuiste
algo parecido a la estrella de la noche. Si, en vez de ir por la pista de baile
presumiendo que eres la tecladista de una de las mejores bandas de dark de toda
la ciudad, estás pensando en cómo y dónde esconderte, tus problemas son realmente
serios. Obviamente, esa persona llorona e inestable que está
en serios problemas soy yo. Porque en vez de sentirme así tendría que estar
brincando de gusto: hace apenas un rato mi banda abrió el concierto para cerca
de dos mil personas, y no sólo no nos abuchearon, sino que nos pidieron más. Y
además le estábamos abriendo a London After Midnight. ¡Acabamos de abrirle a
London! (9).
DALINA
El universo juvenil está plagado de incertidumbre.
De dudas. Y los grandes creen que ser joven es fácil. Cómo puede ser fácil si
el camino para crecer está lleno de disyuntivas. De afectos que se atraviesan
no dejando pensar a la razón. Lo único seguro es que, cuando somos jóvenes, uno
no se halla en el mundo. Y dan ganas de salir corriendo, pero también dan ganas
de quedarse. Y cuando todas esas emociones encontradas parecen definir que la
vida no tiene sentido, además, podría ser que estés rodeado de familia y amigos
tan peculiares como tú. Esta perspectiva es por la que nos conduce Raquel
Castro en la historia de Ojos llenos de
sombra, a través de las emociones de Atari, la protagonista. Toca en una
banda, va a la preparatoria, tiene a Bere, su mejor amiga, y a su grupo. Una
chica como cualquiera…
La escena oscura fue mi hábitat
desde que me acuerdo. Mis hermanos descubrieron el movimiento gótico cuando
entraron a la prepa, y como yo pasaba más tiempo con ellos que con mis papás,
obvio que todo se me pegó (27)… Además de manejar la banda, mis hermanos
organizaban fiestas en casas abandonadas: cobraban muy barato pero llegaba
mucha gente. Eran famosos por la cantidad de discos y la buena calidad de su
aparato de sonido.
Y a todos esos lados iba yo,
como si fuera su muñequita: con mi ropita de terciopelo, mis medias a rayas y
mi carriola cubierta con tul negro que tanto les gustaba a las koopas de
entonces. Mi mamá llegaba de sus reuniones ya noche, cuando mis hermanos ya me
habían quitado el disfraz de Merlina Adams y yo dormía plácidamente en mi cuna.
Ella no sabía que yo era la mascota de mis hermanos: que para no dejarme sola,
los gemelos me llevaban a todas las tocadas, conciertos y fiestas. No se daba
cuenta de que mis canciones de cuna eran de los Cranes o de que mi primera
pesadilla se la debí al video de “Lullaby”, de The cure. Mi mamá siempre ha
sido una experta en voltear para otro lado cuando intuye que lo que va a ver no
le va a gustar.
Pero eso no significa que yo
fuera una especie de temprana Drew Barrymore gótica ni nada por el estilo. Mis
hermanos, sobre todo Luis, me cuidaban bastante bien (…) supongo que podemos
decir que no salí tan mal. Y si algo no es lo “correcto”, pues que la nación se
lo demande a mi madre ausente y a mi padre loco (29).
MANU
Sabes que tener una banda es muy similar a mantener
una especie de noviazgo como con cinco personas al mismo tiempo. Si prometes
algo, debes cumplirlo. No se vale dejarlos en segundo plano. Es una cosa de
compromiso, no de a ratos o para cuando estés aburrido. No está bien guardarse
secretos que afecten la misma base sobre la que está fundada la relación.
Imagina entonces cómo debe sentirse Atari cuando no sabe cómo abordar un tema
con sus compañeros de grupo. Claro, no es un asunto cualquiera, es la duda
sobre si aceptar una beca en el extranjero o quedarse cerca de sus amigos. ¿Y
tú qué escogerías? Vamos, no me respondas rápido. Piénsalo. No es tan fácil,
¿verdad? Imagina ahora que no puedes hablarlo con nadie, que todo mundo te da
el avión, que ni siquiera se les ocurre que, tal vez, estás pasando por una
crisis y necesitas un poco de apoyo y un par de cervezas.
Me miro al espejo. No sé si me veo bien para la
fiesta. No por la fiesta en sí, sino porque es la primera vez que Javier me
invita a algún lado desde que me enojé con él. Me gustaría que al verme se sintiera tan incómodo,
tan tonto como me he sentido yo en los ensayos de las últimas semanas. Que
sintiera ganas de estar conmigo, que me pidiera perdón… me gustaría contarle de
la beca y que me abrazara y me pidiera que no me vaya porque me necesita. Pero
eso me hace tan parecida a Peach que me doy asquito, y me pregunto para qué
demonios podría necesitarme Javier, o en qué sentido me haría eso más feliz que
irme a estudiar un año al Conservatorio de Moscú. -No mames que estás pensando en Javier -me
interrumpe, como es su costumbre, Berenice. Trato de sonreírle pero quién sabe
qué mueca me sale. Ella solo suspira. Por un instante pienso contarle ahora sí
lo de la beca. Debería, ¿no? es lo que se acostumbra entre mejores amigas:
contar los secretos y tal. Sin embargo, me da un poco de miedo que se ofenda
porque no se lo dije desde el principio; además no tenemos tanto tiempo: son ya
las ocho de la noche. Tendríamos que irnos en media hora si queremos llegar a
casa de Xav antes de que dejen de pasar los micros. No le cuento nada. En vez de eso le cambio el tema
(47-48)
DALINA
Y los adultos suelen creer que vivir es sólo tener
privilegios y obligaciones. Pero ser joven es más complejo de lo que todos
quisiéramos pensar. Las hormonas se
conjugan con los ideales y resulta verdaderamente un berenjenal andar por la
vida sin red de protección. Con un carácter inestable de los mil demonios.
Incluso, muchos jóvenes ni siquiera se aguantan a sí mismos. Y una de las
principales causas de este infortunio es que la juventud es una etapa de
crecimiento continuo donde se tiene que aprender a tomar decisiones. La vida de
Atari se complica porque decidir por algo es renunciar a otra cosa, y los
jóvenes están negados a la renuncia, no saben hacerlo, pero ¿sólo los jóvenes?,
o realmente Ojos llenos de sombra nos plantea un dilema común a la naturaleza
humana, a través de una voz narrativa en primera persona que logra ponernos en
las botas y los estoperoles de Atari.
¿Realmente me preocupa que la vida vaya a ser así
siempre? ¿Realmente quiero algo más? Con todo y lo rancio, esta vida es intensa
y divertida. Otras personas se la pasan diciendo que es una vida sin salida,
que no puede durar, que tendríamos que buscar algo distinto, pero ¿quiero
hacerlo? Estaría en ese camino si me voy. Si aprovecho la
beca, podría salir de aquí y a lo mejor no volver jamás. Pero ¿es eso lo que
quiero? Si a esas vamos, la pregunta es: ¿qué quiero? De
pronto me siento súper agusto con el desmadre, la banda y el montón de cosas
extrañas que nos pasan. Pero a veces hasta a mí me parece demasiado: demasiado
denso o demasiado patético, no sé (40).
MANU
La novela de Raquel Castro es oscura, pero
esperanzadora. Nos revela, en el mejor estilo de las Bildungsroman, el dilema de Atari, que ocurre en un fin de semana
que habrá de marcar un nuevo inicio en su vida. La autora, a través de sus
palabras y la música del texto, nos deja ver la vida de la rata, como es
llamada por sus hermanos. Nos damos cuenta, tanto Atari como nosotros, de que
ya no es una niña pequeña, sino alguien que puede enfrentarse tanto a un gandul
manolarga como a señoras histéricas a la vez que desarrolla una lucha interna
que culmina con su despertar: a la vida, al sexo, a los amigos, al amor.
Me agarra otra
vez del meñique y empieza a subir. Mientras vamos por la escalera pienso que lo
del meñique, además de tierno, es muy práctico: aunque me suda la mano a
chorros, él no tiene cómo darse cuenta.
No me imaginaba
así la recámara de Javier: las paredes no están pintadas de negro ni llenas de
posters de Joy Division o Depeche Mode. En cambio hay un librero tan lleno que
hay libros en doble fila.
-No sabía que te
gustaba leer –le digo.
-Hay muchas
cosas que no sabes –responde mientras me abraza por la cintura y comienza a
besarme. Se tira en la cama y caigo yo encima de él, todo sin que dejemos de
besarnos ni un momento.
Pienso de nuevo
en que es una suerte traer los calzones de Emily the Strange, y en que espero
no quedar como una tonta, y en lo bien que besa cuando se toma su tiempo y me
muerde el labio o cuando me hace cosquillas en el paladar con su lengua.
Pienso también
que aunque estamos solos debería cerrar la puerta de la recámara, y que
definitivamente algo va a cambiar entre nosotros en un rato. Espero, espero,
espero que sea para bien (174).
DALINA
La intimidad, la narración ágil, cercana, la voz de
Atari construyendo su mundo desde la mirada del lector son los recursos con que
la autora edifica el pacto ficcional. La atmósfera repleta de símbolos y de
música, sin caer en los estereotipos nos permite ubicar con precisión los
referentes de un contexto sociocultural, pero que se dimensiona a través de la
intensidad de sus acciones y diálogos, por ello es tan cercana a cualquiera, no
sólo a los músicos, no sólo a los adolescentes oscuros... Con maestría, Raquel
Castro nos lleva a sentir las emociones de Atari: sufrimos con ella, padecemos,
vivimos una experiencia vicaria a través de las palabras. Los adultos podemos
ser y sentirnos jóvenes desde su lectura, pero sobre todo, podemos acercarnos
al mundo imperecedero y luminoso de la juventud.
Es extraño: ahora que recuerdo la última que me
aplicó Javier siento como si hiciera años desde entonces. Mientras camino entre
los puestos del tianguis donde hace un rato desayuné con Armando, me parece que
han pasado siglos desde que estuvimos ahí. Es como si el tiempo avanzara más
rápido cada vez, y aunque corra, solo a ratitos logro alcanzarlo. Hago cuentas y pienso en todo lo que pasó desde el
concierto de Serrat hasta ahora: pasé la preselección para la beca, me hicieron
un examen, lo olvidé para siempre y recibí la carta; luego de varias
cancelaciones finalmente tocamos para el dichoso programa de tele por el que
entré a la banda; Bere se embarazó, abortó, se peleó mil veces con el Italiano
de Mierda, le puso el cuerno varias veces, la cachó una, cortaron y se
reconciliarion; Mario empezó a trabajar en un centro de atención telefónica por
darle gusto a Peach, lo dejó, y ahora parece que ella lo dejó a él. Es horrible. Pasan muchas, muchísimas cosas, pero
siempre volvemos al mismo punto de partida. Seguimos en una burbuja: nosotros
creemos que estamos en el mundo, pero el mundo es lo que pasa alrededor, donde
los chavos cristianos embarazan a sus novias por orden de Dios y donde los
chavos alternativos no oyen gótico desde principios de los noventa. Y a lo mejor esta ilusión de estar en el Londres de
1979 es reconfortante para Mario, pero yo ni había nacido entonces. Ahora que
lo pienso, no he nacido todavía: no tengo vida propia. Soy rehén de un grupo de
adolescentes eternos, entre los que hay que contar a mis propios padres.
(136-140)
MANU
La historia de Atari es un concierto oscuro que no
hay que perderse.
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